Nieve
Tres días de nevada, no sólo hace tiempo que
no se ven, sino que, piensa uno, que pasarán algunos años más para que algo así
vuelva a suceder. Cuatro días más tarde toma uno parte de una, cada vez más
numerosa, cola de coches con la ilusión de que, a lo largo de la mañana, abran
la carretera, al igual que otros muchos que desean disfrutar de la nieve,
aunque no todos con la misma paciencia. Esperar dos horas, tal como indica la
guardia civil que controla el paso, les parece demasiado tiempo y optan por
retroceder o desviarse hacia el cálido sur, no sin alguna que otra discusión
con los responsables del tráfico.
A las doce comienzan a descender los
camiones que han abierto camino retirando la nieve, pero para entonces la carretera
está casi totalmente tomada por los vehículos que esperan para subir y los
camiones no pueden bajar. Un ejemplo más del razonamiento humano. Increíble.
La gente con la nieve se transforma. Sobre
todo la gente mayor. Por desgracia les dura poco, pero por unos instantes se
comportan como niños, aunque esa lentitud en los movimientos y ese cuidado por
mantener la verticalidad les otorga cierta comicidad. El conjunto produce risa
e incredulidad. Parecen robot. Pronto, mucho antes de que sus movimientos comiencen
a descontrolarse, el ritmo diario de sus vidas y la costumbre se imponen.
Sacuden las manos y regresan a sus coches. Al menos la nieve por unos momentos,
les ha permitido revivir sus infancias y traer a la memoria experiencias que
habían quedado ocultas tras una gruesa capa de adulta realidad.
Marzo 1996
2014. Acuarela sobre papel, 16x17cm.
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