Acuarela sobre papel, 12x22 cm.
viernes, 31 de enero de 2014
miércoles, 29 de enero de 2014
Fachadas
En ocasiones las fachadas de los pueblos
nada tienen que ver con lo que uno se puede encontrar si se adentra en ellos.
Se trata de crear buena impresión al visitante y a sabiendas de que la mayoría
de éstos no pasan de su calle principal, el resto permanece en el descuido.
A veces, como en este caso, la calle
principal es a su vez la carretera general que cruza el pueblo, con abundante
arboleda, flores y farolas que por la noche mantienen nítido el camino.
Comienza uno a andar por un antiguo camino, seguramente el
único que parte casi de la carretera general. De pronto el terreno se
transforma en una pista que se abre en varios intentos de continuidad y que han
supuesto, al parecer, otros tantos arrepentimientos, como quien ensaya sobre el
terreno, sin proyecto previo.
Todo inutilizado, sin salidas ni entradas,
sólo destrucción de los hermosos senderos que cruzaban la llanura. Y al fondo de
esta pista principal invadida por las hierbas, torres de luz y gruesos cables
tirados por todos lados, una zona adoquinada en el centro de un llano y un
edificio abandonado frente a un montón de chatarra en el que destaca una
estructura metálica que se mantiene en pie en cuatro malavenidas patas. Un auténtico
caos. Da la sensación de que hace algún tiempo pretendieron arrasar el pueblo
con el objetivo de levantar otro nuevo de la nada, pero que dichos planes,
seguramente por falta de presupuesto, se torcieron, y allí, como siempre suele
suceder, quedaron los restos a la espera de una reactivación económica.
Buena parte de la construcción del pueblo
refleja una falta de planificación urbanística total. A partir de la carretera
general, a la izquierda descendiendo, sólo dos entradas tienen salida, el resto
son calles que concluyen en garajes o puertas de casas particulares. Uno entra
por ellas y apenas a los cincuenta pasos tiene que retroceder.
Del interior del templo sale el sonido
placentero de una música que nos acompaña desde las nueve de la mañana,
mientras la chiquillada del pueblo comienza
a pulular por los alrededores. Un coche anuncia que vende caballas
grandes, fulas, morenas y petos.
Abril 1996
2014. Acuarela sobre papel, 16x17cm.
miércoles, 22 de enero de 2014
Nieve
Tres días de nevada, no sólo hace tiempo que
no se ven, sino que, piensa uno, que pasarán algunos años más para que algo así
vuelva a suceder. Cuatro días más tarde toma uno parte de una, cada vez más
numerosa, cola de coches con la ilusión de que, a lo largo de la mañana, abran
la carretera, al igual que otros muchos que desean disfrutar de la nieve,
aunque no todos con la misma paciencia. Esperar dos horas, tal como indica la
guardia civil que controla el paso, les parece demasiado tiempo y optan por
retroceder o desviarse hacia el cálido sur, no sin alguna que otra discusión
con los responsables del tráfico.
A las doce comienzan a descender los
camiones que han abierto camino retirando la nieve, pero para entonces la carretera
está casi totalmente tomada por los vehículos que esperan para subir y los
camiones no pueden bajar. Un ejemplo más del razonamiento humano. Increíble.
La gente con la nieve se transforma. Sobre
todo la gente mayor. Por desgracia les dura poco, pero por unos instantes se
comportan como niños, aunque esa lentitud en los movimientos y ese cuidado por
mantener la verticalidad les otorga cierta comicidad. El conjunto produce risa
e incredulidad. Parecen robot. Pronto, mucho antes de que sus movimientos comiencen
a descontrolarse, el ritmo diario de sus vidas y la costumbre se imponen.
Sacuden las manos y regresan a sus coches. Al menos la nieve por unos momentos,
les ha permitido revivir sus infancias y traer a la memoria experiencias que
habían quedado ocultas tras una gruesa capa de adulta realidad.
Marzo 1996
2014. Acuarela sobre papel, 16x17cm.
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