jueves, 1 de mayo de 2014

Lugar de paso  

La carretera general cruza el  pueblo con grandes dificultades. Las casas parecen querer apropiarse de ella e impedir que todo aquel que se aventure a andar por estos lugares pueda continuar su trayecto. A partir de ella el resto de las calles le son perpendiculares, en cuesta a un lado y en acentuada pendiente al otro, hacía el mar. Sólo en unos pocos metros de dicha vía se puede aparcar y por suerte, cuando uno llega sobre la una de la tarde, los encuentra libres. El día es tan claro y limpio que, ante la perspectiva del valle, a uno le hubiese gustado permanecer horas recorriendo con la mirada cada rincón del, cada día, más poblado paisaje. Las palomas descansan sobre los gruesos cables de las compañías eléctricas y de telefonía y que, en muchos rincones de nuestras islas, fragmentan el cielo en innumerables polígonos irregulares. Visitan, también, el alero de una vieja casa, abandonada como muchas de las que nos podemos encontrar en nuestros pueblos. Las nubes van ocupando parte del cielo y lentamente van haciendo el día más atractivo.
Por lo visto, he aparcado en el lugar en el que lo acostumbra hacer un bar ambulante de perros calientes y churros cuyos propietarios se han visto, por ello, obligados a detenerse unos metros más atrás, no sin antes acercarse a comprobar quién se ha permitido el lujo de ocupar un espacio que, por costumbre, todos saben que les pertenece. Sobre un suelo con manchas de grasa permanece uno mientras comienzan a llegar los primeros clientes atraídos por su característico aroma, olor que en poco tiempo se extenderá  por todo el pueblo. Todo esto, el sentimiento de haber usurpado el único lugar en horizontal de esta carretera, calle principal al propio tiempo, me inclinan, por un momento, a buscar otros horizontes. Pero esto va contra mi proceder. Aprovecho, por tanto, un momento en el que menos personas rodean el carro ambulante para salir a recorrer el pueblo.
Desde la última casa, en lo alto del pueblo, esperando a que un furtivo rayo de sol atraviese la capa de nubes, que lentamente han ido cubriendo el cielo, y se pose sobre las blancas paredes de las casas del pueblo, la torre de la iglesia se interpone sobre el mar en calma que se ve al fondo.
Pronto se siente uno un poco intruso e incomodo en aquel lugar. Observado y rechazado, aunque nadie te lo haga saber. Es una sensación que potencia tal vez la estrechez del pueblo y la dificultad para aparcar. Es uno de esos lugares por los que se pasa, pero sin poner los pies en el suelo. Al pasar se mira lo que se puede, pues, mientras esquivas a los transeúntes, a las esquinas de las casas y a los coches que te puedes encontrar en dirección contraria, apenas te da tiempo de nada más. Cuando te das cuenta has dejado el pueblo tras de ti, sin posibilidad de detenerte en ningún lugar. Parece que caminemos por un pueblo del lejano oeste americano donde los visitantes son contados y por ello novedosos. Una “banda de forajidos” se ha hecho con parte del pueblo alrededor del único bar que con la música como atractivo convoca a toda aquella persona ociosa. Con acelerones y ruidos emitidos por los tubos de escape, especialmente preparados para esa función, los nuevos miembros de la banda que llegan se hacen notar y atraen las miradas de los que esperan observando la carretera en busca de cualquier novedad.
Cuando regreso al coche, desde la distancia, observo que otro vehículo, aparcado en doble fila, un banco con seis personas sentadas y el bar ambulante, rodeado de clientes, me harán imposible cualquier movimiento. Busco la frase adecuada que me exculpe del daño causado a quienes por antigüedad y costumbre el espacio le pertenece. Pidiendo disculpas y saludando a izquierda y derecha al salir y moviéndome lentamente sale uno del lugar dando un respiro y sabiendo que allí, cuando uno vuelva por esos lugares, no aparcará jamás. No ser objetivo de las conversaciones de otros y pasar desapercibido, que es lo que uno persigue, no es lo que logra en este lugar.

Con la fotografía uno roba espacios y lugares que le sirven para su narrativa pero al alejarme de aquí esta sensación adquiere un auténtico sentido.

Abril 1996

2014. Acuarela sobre papel, 16x17cm.

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