Abandono
Hace unos siete años, y gracias a una
excursión, estuvo uno en este casi abandonado lugar, aunque, por entonces, unos
jóvenes se habían asentado aquí y cultivaban algunas huertas y otras casas eran
temporalmente utilizadas por sus propietarios que durante la mayor parte del
año vivían en lugares más céntricos. Sin embargo, ahora parece un pueblo
fantasma. Las puertas y ventanas de todas las casas están rotas o medio
destruidas y buena parte de sus techos comienzan a caerse. Habitaciones vacías
y paredes manchadas por la humedad, restos de pintura y nombres y más nombres
escritos por todos lados fruto de esa extraña manía del ser humano de ir
dejando su huella y firma por donde quiera que pase. Cuatro paredes y un
ventanuco o una puerta. Paredes y huellas de un estante y un horno. Sólo
paredes y algunos restos esparcidos por el suelo, zapatos viejos y alguna lata.
Habitaciones solitarias, vacías y ausentes. Habitaciones impersonales y
deprimentes en las que apenas se puede estar más de un par de minutos. Visto el
pueblo desde lo alto de la montaña con las casas con todos sus huecos abiertos
a la intemperie, da la sensación de contemplar un lugar de otro mundo, huellas
de una forma de vida desaparecida. Desde el interior de cualquiera de sus casas
tiene uno la sensación de que del pueblo todos sus habitantes salieron al mismo
tiempo alertados por algún trágico acontecer. Todas parecen haber sido
abandonadas en la misma época, incluso en el mismo día. Abandonadas
completamente, llevándose consigo cada cual todo aquello que narraba su
historia en el lugar, como queriendo borrar completamente las huellas de una
vida.
En estas habitaciones es imposible
imaginarse uno los retratos de sus dueños. Nadie ha querido dar pie a
interpretaciones tal vez erróneas. Y el pueblo permanece ahí, parado en el
tiempo y haciendo referencia a un pasado indeterminado, imposible de definir.
Tal vez hace años, décadas, o tal vez sólo días que sucedió lo inevitable. Nunca
había estado uno en un lugar como este no sólo abandonado sino despojado. Sólo
queda el escenario, pero sin elementos decorativos, sin mobiliario, sin saber
qué obra se va a representar. Sólo el lugar aunque desmoronándose rápidamente.
Tal vez dentro de otros siete años todos estos techos estarán en el suelo y
siete años más para la nada. Una nada que en realidad se nos hace ya presente
porque de nada nos hablan estas abandonadas construcciones.
Fuera, andando por sus caminos, todo cambia.
El paisaje es amable y envolvente. Discurre lentamente con líneas suaves y
redondeadas y al fondo, sobre la ondulante línea de las montañas, el pico más
alto de la isla y al que, desde aquí, parece que se pudiera llegar sin apenas
esfuerzo. Otra desconcertante apariencia.
Mayo 1996
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